top of page

ALQUIMIA DE LA SANGRE

En tiempos recientes se ha venido practicando en Colombia un experimento narrativo que parece propio de los alquimistas. Hombres belicosos han sido convertidos en hombres de concordia, dignos de admiración

Por Isidro Vanegas

El alquimista, por Pieter Brueghel el joven 00.jpg

El alquimista, pintado
por Pieter Brueghel el joven

​En la Europa medieval algunos individuos atrevidos realizaron denodados esfuerzos para trasmutar metales burdos, como el plomo, en metales preciosos. En tiempos recientes se ha venido repitiendo en Colombia un experimento narrativo que parece propio de los alquimistas. Hombres belicosos han sido convertidos en hombres de concordia, dignos de admiración.

​

El esmeraldero Víctor Carranza, responsable de multitud de asesinatos y de toda clase de tropelías, fue descrito por el obispo Héctor Gutiérrez Pabón, como “un hombre comprometido con la paz que rechazaba la violencia”. Carlos Castaño, el jefe paramilitar, efectuó la transmutación por su propia cuenta al definirse como un “hombre con vocación de paz” cuya ética no admitía el asesinato. En aquel momento, las tropas de Castaño y sus aliados cometían los crímenes más espantosos por todo el país.​

​

El experimento alquímico ha sido realizado de modo más sistemático, y con mucho más éxito, con distinguidos agentes de la violencia revolucionaria de las últimas décadas.

​

En primer lugar, con el cura Camilo Torres, que en enero de 1966 tomó el fusil para sumarse a la guerrilla del ELN, dejando abandonado un prometedor movimiento político, el Frente Unido, que él mismo había creado y liderado. Poco antes de irse al monte, Torres había llamado a los campesinos a asesinar a los “traidores a la causa del pueblo”. Para inscribirlo entre los hombres de guerra habría bastado con su sola integración en aquel grupo armado en cuyo seno acabó su vida, puesto que es un principio básico de moral que al adherir a una organización el individuo que lo hace se solidariza automáticamente con sus valores y sus actos conocidos o previsibles. Camilo Torres había adherido a una cofradía de gentes que habían erigido la fiereza en un principio. Así, un mes antes de que muriera con las armas en la mano, su hermano Fernando le había escrito una carta reprochándole el paso que había dado: “has desperdiciado y tirado por la ventana todo lo que has tenido para adelantar la revolución y te has refugiado en medio de asesinos y bandidos, entre los cuales, fuera de darles prestigio a ellos tú solo serás un guerrillero mediocre”.

​

No obstante, el cura ha sido ensalzado reiteradamente pasando por alto su opción bélica. Medio siglo después de su muerte, el escritor Joe Broderick llamó a recordarlo como apóstol contra las injusticias, lamentando, por añadidura, que su “voz profética” hubiera sido desoída por la “clase dirigente”. Su conducta estuvo animada por los ideales de “justicia y caridad” y su memoria era un “instrumento al servicio de la paz”, añadieron en El Espectador. El profesor universitario Ramón Fayad no tuvo inconveniente en afirmar que Torres había sido “básicamente un pacifista”. El héroe que surgía de esta transubstanciación debía, forzosamente, ser reconocido por los colombianos. La actriz Patricia Ariza aseguró que la lucha de Torres había sido por “la paz y la justicia” y que era por simple rencor político que algunos lo veían como agente de violencia. El deber de gratitud debía ser generalizado. De negarse los colombianos a erigir monumentos en recuerdo de apóstoles como Camilo Torres, la “semilla de la guerra volverá a germinar y el esfuerzo de la paz habrá sido vano”, escribió el historiador Daniel Emilio Rojas.

​

La alquimia de la ferocidad en benevolencia también se sigue efectuando, a una escala aún mayor, con los líderes del grupo guerrillero M-19, pretendiendo trocar sus ignominiosas “cárceles del pueblo” y sus centenares de asesinatos y secuestros en actos de generosidad. En 2013, Gonzalo Sánchez y los demás redactores de ¡Basta ya!, el informe oficial del Grupo de Memoria Histórica sobre la violencia, en vez de encontrar repudiables los crímenes de todo tipo cometidos por el M-19, no hallaron sino audacia y espectacularidad. Sus actos de guerra, arguyeron, “no eran necesariamente letales”, y, además, tenían un “tinte justiciero” debido a que las víctimas pertenecían a grupos sociales poderosos, es decir, tenían justificada su agresión. Los jefes de esa guerrilla eran más encomiables aún. Jaime Bateman, dijo la periodista de El Espectador Laura Camila Arévalo, era el defensor del pueblo. Carlos Pizarro era el héroe letrado que sufría en silencio por ver cumplidos sus ideales. Ambos, “tan comprometidos, convencidos, sacrificados, mediáticos y subversivos, murieron del lado de las letras, la lucha y las causas esenciales”, añadía, extasiada, la señora Arévalo.

​​

La lista de los presuntos hombres de paz que hicieron la guerra desde el monte o desde sus puestos en organizaciones que preconizaban y desarrollaban la revolución armada es mucho más amplia. De Manuel Cepeda, Carlos Lozano y Jacobo Arenas, entre otros líderes comunistas, se dicen preciosidades, como que fue “un incansable luchador por la paz”, o que “siempre luchó por la paz”, o que fue “un hombre comprometido con la Paz”.

​

Los alquimistas europeos al parecer no consiguieron fabricar oro a partir de otros metales. En realidad formaron parte de un impulso muy antiguo por descifrar la naturaleza y el mundo en general, alcanzando en este propósito diversos éxitos que han llevado a los historiadores de la ciencia a reconocer en sus experimentos y sus divagaciones un impulso importante al conocimiento científico moderno. Los alquimistas del relato acerca de los hombres de guerra locales han tenido un éxito tal vez mayor en su experimento. Si aquellos a quienes los simples consideramos agentes de violencia fueron “hombres de paz”, habría necesidad de preguntarse quiénes han sido los agentes de tanta brutalidad como ha sufrido este país. Si continúan cosechando éxitos quienes operan la transubstanciación de la crueldad en bondad, al país se le seguirá presentando solo una lista mutilada de los responsables de liderar su violencia y por ende tendrá dificultades adicionales para insertar su memoria adolorida en un cuadro complejo y para dilucidar adecuadamente ese gran problema.

​

Si resulta posible designar como actos benévolos los actos violentos de ciertos actores políticos es porque estos son colocados al interior del designio de forjar una sociedad edénica, plena de todos los bienes que puedan desear los humanos. Con todo y sus atropellos, aquellos adalides serían, en últimas cuentas, hombres de paz, eximidos de sus responsabilidades en el menoscabo físico y emocional que hubieran podido causarles a sus semejantes. La heroificación de personajes que han sido agentes de crueldad, ateniéndose a la supuesta bondad de sus fines, sugiere, entre otros problemas, la poca importancia que a los ojos de ciertos círculos intelectuales y políticos han tenido los medios de la acción política cuando estos han sido promovidos como instrumentos de un fin que ellos suponen absolutamente loable. Así, la alquimia de la sangre pone de presente la fuerza de una política utopista, para la cual es poca cosa el sufrimiento de las víctimas y la deshumanización de los victimarios.

​

 

Fuentes documentales: María Elvira Bonilla, “Monseñor Gutiérrez y Carranza”, El Espectador, abril 7 de 2013, Bogotá; Juanita León y Bibiana Mercado, “Castaño con piel de oveja", El Tiempo, mayo 3 de 2000, Bogotá; Camilo Torres, “Mensaje a los campesinos”, Frente Unido, n° 7, octubre 7 de 1965, Bogotá; Gustavo Pérez, Camilo Torres Restrepo. Mártir de la liberación, p. 273;  Joe Broderick, “Profeta desoído”, “Lecturas dominicales” de El Tiempo, agosto 2 de 1998, pp. 4-5; “El ‘cura guerrillero’, Camilo Torres, un ícono a 50 años de su muerte”, El Heraldo, febrero 13 de 2016, Barranquilla; “Las 13 caras del ‘cura guerrillero’”, Semana, junio 28 de 2015, Bogotá, p. 77; Daniel Emilio Rojas, “Camilo y la nueva memoria”, El Espectador, febrero 23, marzo 1 de 2016; Gonzalo Sánchez, coord., ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, pp. 64-65, 133; Laura Camila Arévalo, “Pizarro y Bateman: las letras como fusiles”, El Espectador, abril 25 de 2019.​

© 2025 Creado por AÚN. HISTORIA URGENTE con Wix.com

bottom of page