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POLÍTICA Y RELIGIÓN, LA POLÍTICA COMO RELIGIÓN. ENTREVISTA A EMILIO GENTILE

El historiador italiano Emilio Gentile, uno de los principales investigadores del fascismo, ha desarrollado una amplia reflexión en torno a la relación entre política y religión. Entre su amplia bibliografía, vale la pena destacar El líder y la masa. La génesis de la democracia recitativa; Fascination with the Persecutor. George L. Mosse and the Catastrophe of Modern Man; Politics as Religion; La vía italiana al totalitarismo; El culto del Littorio. En esta ocasión, Gentile dialoga con David Hulme

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Benito Mussolini se dirige a una multitud en Bolonia en el año 1934

D.H.: Usted ha escrito mucho sobre la “sacralización de la política”. ¿Qué quiere decir con esto?​

E.G.: Es un fenómeno que tiene lugar cuando ciertas entidades seculares del ámbito de la política, como “la patria”, “la raza”, “la revolución”, “el proletariado”, se convierten en un absoluto y exigen la obediencia de la gente, la cual cree que tales entidades son las que dan significado a la vida y por ellas deberían estar dispuestos a sacrificar su vida. En cualquier nación usted sacrifica su vida en tiempos de guerra para salvar al país. De esta manera, el país se convierte en un dios secular.

 

D.H.: ¿Cuáles fueron los precedentes de la religión política desarrollada por Mussolini?​​

E.G.: Desde hacía tiempo existía una tradición en los movimientos socialistas en Europa de sacralizar la política; desde el tiempo del socialismo utópico. Mussolini, de cierto modo fue instruido en esa tradición. Cuando llegó a ser el líder del Partido Socialista, alrededor de 1912, este ya hablaba de una esencia religiosa del socialismo y de una nueva palingenesia, término ampliamente usado por los socialistas franceses y los sindicalistas revolucionarios, que significa un renacimiento de la humanidad mediante la revolución proletaria.​

Cuando Mussolini se convirtió en intervencionista, en la Primera Guerra Mundial, tradujo ese lenguaje religioso del socialismo a un nacionalismo religioso. En la creación del fascismo enfatizó que no era un movimiento teorético o simplemente un movimiento político. Era un movimiento de regeneración. La regeneración es un concepto clave dentro de cualquier tipo de religión y en sumo grado en las religiones de la era post-cristiana. También aparece en los proyectos revolucionarios. Esto ha sido muy común en la política cultural en Italia y en Europa desde la Revolución Francesa, tanto en la derecha como en la izquierda. El socialismo fue pensado como una regeneración de la humanidad a través de la revolución proletaria. El nacionalismo, como una regeneración de la nación mediante una revolución nacional. Mussolini fusionó estos dos conceptos de revolución, de derecha y de izquierda, y elaboró un nuevo significado de regeneración por medio de la política, apuntando a un hombre nuevo. En el fascismo, por supuesto, no era el hombre libre sino una clase de hombre sacrificial, dispuesto al sacrificio por el Estado.​

El fascismo de Mussolini fue el primer movimiento político que en Europa alcanzó poder y consagró el culto al líder; la sacralización de la política como nueva religión. Esto fue mucho antes de que Stalin se convirtiera en el carismático líder de la Unión Soviética, lo cual no sucedió sino después de 1927. Así que en cierto sentido fue una novedad total que en Europa después de la Primera Guerra Mundial, cuando el panorama político aun estaba dominado por las nuevas democracias, el líder de uno de esos Estados europeos institucionalizara un religión política y pretendiera ser el salvador de la nación y la personificación de la voluntad del país. Este se convirtió en el modelo para otros líderes nacionalistas como Hitler, quien pretendía seguir la misma senda para obtener el poder y regenerar su propia nación.

 

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D.H.: ¿Podría decirse que totalitarismo y regeneración han tenido una relación dinámica y evolutiva?​

E.G.: Sí. El totalitarismo es un experimento de regeneración humana. El problema es, ¿qué clase de nuevo hombre? ¿qué clase de regeneración? Esta es distinta en el fascismo, en el nazismo, en el comunismo, y así sucesivamente. La batalla era la misma, pero la meta muy diferente. El fascismo y el nazismo estaban más cercanos que los otros movimientos totalitarios, entretanto que el concepto de Hombre Nuevo en la Rusia de Stalin era diferente al concepto del Hombre Nuevo en la China de Mao.

Es imposible imaginar al totalitarismo como un fenómeno estático pues el proceso de regeneración es largo. Se tiene que luchar contra la naturaleza humana, la cual no tiene ansias de ser transformada. Ahora bien, cuando tratas con millones de personas y quieres formar un carácter único, debes emprender una larga batalla, que siempre termina en fracaso porque es imposible cambiar la naturaleza humana por medio de la política. Así que en este sentido, creo que el totalitarismo está obligado a ser dinámico. No tiene final. No puedes decir de alguna versión de totalitarismo que haya alcanzado su meta, porque siempre tienes una nueva generación que transformar. Tienes una nueva generación en camino; nuevos nacimientos, nuevos ciudadanos, nuevos peligros.​

Pero la regeneración fue una obsesión en la Rusia de Stalin, en la Italia fascista y en la Alemania nazi y de igual modo en la China de Mao. La cuestión es que siempre existe la tendencia, aun en gente regenerada, de aburguesarse o convertirse en holgazanes o estáticos o contra-revolucionarios. Así que es preciso regenerarlos, siempre por medio de la violencia. Ese es el significado de la purga en Rusia, y también la adopción del antisemitismo en Italia. No fue Hitler quien impuso a Mussolini la ley antisemita; Mussolini pensó que la idea del antisemitismo era una manera de empujar a Italia hacia una actitud más severa respecto a los extranjeros. Los judíos eran una minoría muy pequeña, pero eran considerados totalmente diferentes a los italianos. Así, trató de construir una nueva Italia con base en el odio a la gente distinta.

 

D.H.: Cuando Mussolini estaba a punto de llegar al poder, avizoró un nuevo Imperio Romano. En 1922, siete meses antes, se le pidió formar un gobierno. Entonces dijo: “¡Roma es nuestro punto de partida y punto de referencia; es nuestro símbolo o si lo prefiere, nuestro mito! Soñamos con la Italia Romana, esto es, sabia, fuerte, disciplinada e imperial. ¡Mucho del espíritu imperial de la antigua Roma renace en el fascismo!”. Esta idea del renacimiento de Roma ha sido repetida por más de 1500 años. ¿En qué fue diferente su versión?​

E.G.: Primero que todo hay que considerar que el mito de Roma ha estado presente en la cultura Occidental desde el Renacimiento, y más atrás aun; piénsese en el Santo Imperio Romano de Carlomagno. También fue transferido a Estados Unidos. La tradición estadounidense no puede ser entendida sin regresar al mito de Roma y la antigua Grecia. Todos los padres fundadores estadounidenses estaban fascinados con el mito de Roma; con la república, por supuesto, no con el imperio. La arquitectura neoclásica es un ejemplo de la fuerte presencia del mito de Roma en la moderna revolución democrática. Pasó lo mismo en Francia. Así que el mito de Roma está presente en la cultura Occidental.​

Lo de Mussolini fue diferente, pues su idea de Roma estaba conectada a su concepción del fascismo como un tipo de regeneración del espíritu romano en la sociedad y en la nación italianas. Solo que la palabra clave en su definición de Roma es mito. No creo, como mucha gente, que Mussolini hubiera estado realmente fascinado con la idea de recrear el Imperio Romano. Él no era tan estúpido como para que pensara que podría recrear el Imperio Romano. No obstante, el uso del mito de Roma fue muy importante por dos razones. La primera, porque el pueblo italiano, 60 años después de su unificación aun estaba formado por gente muy diferente, y para unificar a ese pueblo, el mito de Roma podía ser muy poderoso. La segunda, por el uso de la tradición católica como manifestación del espíritu romano. Mussolini pretendía utilizar el catolicismo como parte de la religión fascista diciendo que incluso el catolicismo era una manifestación histórica del espíritu romano. De esta manera, Mussolini trató, no de recrear Roma, sino de crear una nueva Roma, una Roma de los tiempos modernos, utilizando el mito de la grandeza romana.​

Un análisis comparativo del uso del mito romano desde la Revolución Estadounidense hasta el presente es importante porque aun hoy cuando hablamos del catolicismo como una base para la identidad europea, o de la recristianización de Europa, como dijo el Papa, todavía utilizamos el mito de Roma como un tipo de unidad común de los europeos. Esta era una de las ideas de Mussolini: usar el mito de Roma para construir una nueva civilización europea dominada por el fascismo. Sin embargo, Hitler era un protagonista en Europa, y estaba en contra del legado de Roma (aún cuando el mismo Hitler estaba fascinado con el mito de la grandeza romana). ¿Cómo hubiera podido Mussolini construir una nueva civilización con Hitler, cuando Hitler y los nazis querían destruir el legado de Roma en Alemania?

 

D.H.: ¿Cómo se puede usted explicar el uso que Mussolini hizo del simbolismo religioso? Uno de sus primeros decretos como líder nacional fue restaurar el crucifijo en todas las aulas.​

E.G.: Aquí puede ser útil una comparación. Mussolini hizo lo mismo que Hitler después de 1933. Ambos dijeron que iban a defender al catolicismo y al cristianismo porque los consideraban parte de una tradición nacional, y la tradición religiosa es un elemento unificador de los pueblos. Sin embargo, ninguno de los dos pretendía restaurar el espíritu del Evangelio. No estaban promocionando a Dios ni a Cristo; estaban utilizando a Cristo y a Dios para establecer su propio gobierno. Fueron muy realistas en ver a la iglesia como una institución importante, la cual no era fácil de combatir; un poder que podría ser un aliado en la lucha por monopolizar el poder. Mussolini tuvo éxito, aunque siempre hubo lucha. Después del Concordato en 1929, hubo una permanente batalla soterrada entre la iglesia y el régimen fascista, la cual emergió a finales de 1930 cuando uno de los líderes más apologéticos de la iglesia, el cardenal Shuster de Milán, le dijo en un discurso secreto a sus obispos que en Italia estaban confrontados a un Estado pagano, a un Estado totalitario. El cardenal concluyó que, el Concordato estaba totalmente destruido. Mussolini estaba tratando de utilizar el catolicismo para imponer un gobierno fascista al permear el catolicismo con fascismo. De igual manera la iglesia trató de catolizar al fascismo, pero al final ambos fallaron.

 

D.H.: ¿En verdad es cosa del pasado la era de los dictadores del siglo XX?​

E.G.: Obviamente la era de los dictadores, comúnmente referida al periodo entre las dos guerras mundiales y el Imperio Soviético en la Europa Occidental, cuando los dictadores eran la estructura permanente del sistema político, ya pasó. Aunque no creo que la era de la dictadura haya pasado, pues aun tenemos regímenes unipartidistas en varios países del África y Asia bajo gobierno comunista.​

La Era de los Dictadores tuvo mucha relación con las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, una de las cuales fue la destrucción de cuatro grandes imperios antiguos y la emergencia de nuevas repúblicas democráticas y constitucionales. Solo que después de dos o tres años, la mayoría de esas repúblicas terminaron en dictaduras. En cierto sentido, la dictadura fue una respuesta a la crisis democrática posterior a la Primera Guerra Mundial y después de la gran crisis económica de 1929.​

Al menos en Europa ya no estamos confrontados al peligro de la dictadura. Hay algunos individuos que se convertirían en dictadores, pero no veo las condiciones para transformar la presente crisis de la democracia en una nueva dictadura unipartidista. Si es que surge alguna dictadura en el futuro, quizás sería una totalmente nueva. Aunque es difícil entender cómo se impondría esa nueva dictadura. Quizás tendría una fachada muy democrática. Casi ni lo notaríamos. Aunque no habría regímenes unipartidistas. Los partidos políticos en Europa, los países occidentales, ya no podrán formar regímenes unipartidistas. Será absolutamente rechazado. A lo mejor una nueva dictadura será lo que yo llamo una democracia recitativa, una forma de democracia sin sustancia.

 

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D.H.: ¿Cree que la sacralización de la política pueda prolongarse en el siglo XXI?​

E.G.: Esa sacralización ha estado presente en tiempos modernos desde las revoluciones estadounidense y francesa. Necesitamos distinguirla de cualquier tipo de religión politizada en tiempos antiguos y presentes.

En la monarquía egipcia, el faraón era un dios, o el hijo de un dios, o personificaba un dios. En el Imperio Romano, después de la cristianización, el emperador en cierto modo era consagrado por la iglesia. También los monarcas europeos fueron consagrados por la religión institucional. Esto no es sacralización de la política en el sentido de que la política se convierta en religión. Es la politización de una religión: el uso de la religión para santificar monarcas en términos de los dioses tradicionales, o del Dios de la Biblia. En el periodo posterior a las revoluciones francesa y estadounidense, se tiene la entidad secular de la nación. La nación no es una persona, ni la iglesia la consagra. Ella es consagrada porque es una nueva entidad secular que le da significado a la vida. La sacralización de la política es política convertida en religión, independiente de la iglesia tradicional. No fue el Papa quien consagró a Hitler como líder; como tampoco el Papa consagró a Napoleón, y aquí me refiero a algo más que al hecho de que Napoleón hubiera tomado del Papa la corona y se la hubiera puesto él mismo en la cabeza. La sacralización de la política en términos modernos es una forma autónoma de religión basada en la política.

 

D.H.: Sin embargo esta moviliza los símbolos y atavíos de la religión, a lo que la gente está acostumbrada.​

E.G.: La gramática de la religión política se asemeja a ciertos arquetipos de la Biblia: un pueblo escogido, el Libro, el líder carismático, la Tierra Prometida y así sucesivamente. Por miles de siglos, la política siempre ha sido influenciada, condicionada y definida en términos de religiosidad. De acuerdo a la tradición cristiana y católica, aun en países orientales, muchos eruditos definen al marxismo como un tipo de secularización de la teología cristiana, o teodicea cristiana, o providencia cristiana. Así que, el uso de la fraseología religiosa en tiempos modernos por los políticos es la manera de dirigirse al pueblo en lenguaje moderno, solo que utilizando metáforas religiosas.

 

D.H.: La idea de que la humanidad pueda sucumbir ante otro falso mesías de las proporciones de Mussolini, Hitler o Stalin es muy preocupante. Aun así continúa sucediendo. ¿Qué deberíamos esperar?​

E.G.: Como historiador, soy un profeta del pasado, no del futuro. Sin embargo, creo que nos estamos adentrando en un periodo muy largo de crisis debido a la modernidad. No creo en el posmodernismo; aun estamos en la modernidad. La modernidad es un periodo de conflicto permanente entre lo antiguo y lo nuevo. En la modernidad siempre tienes lo nuevo, y lo viejo “nuevo” se convierte en viejo, así que el conflicto es permanente. Después tienes el suceso de la globalización, que es un proceso irreversible, junto con la necesidad de la identidad, que quizás es una necesidad humana que acerca a un nuevo tipo de nacionalismo. Además de esto tenemos el resurgimiento de la religión tradicional, que no es sacralización de la política sino una clase de politización de la religión tradicional en términos muy extremos, así como en el caso del islamismo de Al Qaeda utilizando el terror como método indispensable para alcanzar poder dándole una especie de nueva autoridad divina en el mundo.

Creo que este es un periodo muy peligroso, pues cada vez que la política se alía, se fusiona o se confunde con la religión para imponer una nueva regla en la vida del hombre, la libertad es puesta en riesgo. Ambas expresan las necesidades humanas. Sin embargo, cuando la política y la religión unen sus fuerzas, siempre ponen en peligro la dignidad y la libertad humanas. Hoy mucha gente piensa que hay que unir la política con la religión para salvar al mundo. Siempre que pasa esto, puedes tener paz duradera, pero no libertad ni dignidad para los seres humanos. Esta no es mi profecía, sino mi temor por el futuro observando las experiencias del pasado.

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[“Política y religión, política como religión”, en www.vision.org, primavera de 2009. El texto que publicamos ha sido recortado y su redacción corregida]

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