top of page

LAS FRANCESAS DE LA ÉPOCA IMPERIAL

Por Daniel Gutiérrez

CIFD - Universidad Externado

1789-1795 Club patriótico de mujeres durante la Revolución Francesa 01.jpg

Club patriótico de mujeres durante la Revolución Francesa, diseñado por Jean-Baptiste Lesueur y elaborado entre 1789 y 1795

Chantal Prévot, Le sexe contrôlé. Être femme après la Révolution (1800-1815), Passés composés, 2024, 378 pp.

 

La historia de las mujeres comenzó a escribirse en los países anglosajones en la década de 1960, y aún más tarde en todos los demás. Se trata entonces de una práctica muy reciente cuyos saludables efectos no terminan de hacerse sentir en las ciencias sociales. Esto se debe quizás a fuertes resistencias del mundo académico, quizás también a la ignorancia dominante (al menos en nuestro medio). Durante mis años de estudiante en la Universidad Nacional escuché a ciertos profesores referirse a textos señeros de la historia de las mujeres, pero se trataba más de una rama pintoresca de la disciplina que de una parte esencial del quehacer histórico.

Libros como Le sexe contrôlé, de Chantal Prévot aguzan la imaginación al tiempo que expanden la consciencia. Historiadora y directora de la Biblioteca Martial-Lapeyre de la Fundación Napoleón, Prévot ha escrito un libro panorámico sobre el género (entendido como una historia de las relaciones entre los sexos) que se centra en el caso de la Francia napoleónica (1799-1815).

¿Por qué estudiar con tanto detalle la condición femenina durante un período tan restringido? Porque tras el rupturismo de los primeros años revolucionarios (1789-1793), en tiempos del imperio napoleónico cristalizó una actitud muy duradera a propósito de la mujer y de su lugar social.

Antes, pues, una corta irrupción de propuestas innovadoras acerca de la igualdad civil de los sexos y aun la de abrir a las mujeres las carreras militares o el sacerdocio. Igualmente, una liberación del discurso femenino, en París y en provincia. Además, la Constitución de 1791 transformó el matrimonio, que dejó de ser un sacramento regido por la Iglesia, en un contrato civil concluido por dos individuos. En consonancia con estas nuevas concepciones, al año siguiente, la Asamblea legislativa instituyó el divorcio (al que se podía acceder incluso por consentimiento mutuo). No menos importante, los revolucionarios proclamaron la división igualitaria de los patrimonios sin importar el sexo de los herederos.

Sin embargo, fue este un paréntesis de corta duración, porque, “la causa de las mujeres era poco atractiva, incluso inconcebible para la inmensa mayoría de la población, anclada en su terruño”, y porque hasta las corrientes innovadoras de pensamiento ignoraban por lo general la emancipación femenina y evitaban cuestionar la jerarquía de los sexos. Estamos, pues, ante una mentalidad, fundamentada en la religión y las concepciones científicas, en particular, la medicina, que atribuía a las mujeres una debilidad ingénita, por el pretendido ascendiente del cuerpo sobre el espíritu (y, en particular, por el poder desestabilizador atribuido al útero). La deficiencia psicológica resultante las convertía en víctimas de una emocionalidad incontrolada y las hacía impropias para las actividades intelectuales y las responsabilidades públicas. Por ello, la mujer estaba relegada a la esfera íntima, es decir, a parir y a cuidar de sus maridos y sus hijos. En suma, a comienzos del siglo XIX la medicina confirmaba las ideas imperantes sobre los roles de cada sexo y sobre la inferioridad femenina.

En consecuencia, la instrucción de las niñas fue dejada de lado por el Estado y recayó en los padres. Quedó así marcada por la informalidad o en manos de las congregaciones religiosas que monopolizaron la educación femenina a partir del Concordato de 1801. Seis años más tarde había en Francia veintiséis mil alumnas en bachillerato, siendo tres veces mayor el número de muchachos inscritos en los mismos grados. Peor aún, las pocas mujeres que lograban ingresar a una institución educativa, se veían confrontadas a un programa orientado a la gestión del hogar. En efecto, eran muy limitados los destinos que podía ejercer una mujer en Francia en tiempos del primer imperio (sirvienta, costurera, vendedora, obrera textil y maestra) y siempre a cambio de una baja remuneración. Dicho de otro modo, solo en ocasiones excepcionales el trabajo constituía un camino hacia la emancipación.

Curiosamente, en un contexto marcado por excepcionalidad de la instrucción de las mujeres, el número de escritoras en la Francia imperial era de veras significativo. Para 1800 se calcula que el 20% de los libros editados en el país provenían de una pluma femenina. Otro estudio citado por Prévot indica que entre 1799 y 1815 las autoras eran responsables de entre el 10 y el 12% de las publicaciones, en su mayoría novelas y traducciones.

Las mujeres artistas de la época imperial fueron también numerosas: muchas de ellas gozaron de reconocimiento público y de un prestigio que la historia del arte pasaría posteriormente por alto. Como las artistas no podían acceder a los encargos estatales, se especializaron en el retrato, entonces en auge. En los “salons” napoleónicos (las exposiciones pictóricas anuales realizadas en el Louvre), el 15% de los artistas eran mujeres. Sus obras, guardadas durante décadas en los depósitos, recién comienzan a ser expuestas.

La guerra pesó brutalmente sobre las mujeres de la época imperial, puesto que los ejércitos franceses reclutaron dos millones doscientos mil soldados; una cifra elevadísima si se tiene en cuenta que la población masculina era de quince millones. Además, se calcula que cerca de un millón pereció en los campos de batalla, lo que (como es fácil imaginar) significó cantidad de destinos rotos, mucho sufrimiento y un incremento significativo de trabajo para las campesinas.

Con el fin de escapar a la conscripción, los jóvenes contraían matrimonios ficticios que buscaron disolver en 1815, tras el fin de las guerras napoleónicas, aun cuando la abolición del divorcio al año siguiente dificultó este propósito. Chantal Prévot traza el perfil del puñado de mujeres-soldado (unas sesenta); de las lavanderas y vendedoras de víveres que seguían a las tropas napoleónicas (y que, según se estima fueron cerca de tres mil solo en la “Grande Armée” presente en Rusia), el de las “coureuses d’armée”, calificadas por muchos como prostitutas, aunque en realidad fueron también aventureras, amantes y compañeras de soldados y oficiales.

El código civil expedido en 1804 respondió a la intención de estabilizar la sociedad tras las vicisitudes revolucionarias y es un reflejo de la mentalidad de entonces, patriarcal y autoritaria. El sistema familiar resultante atribuyó al hombre un rol social y a la mujer un rol natural. Al contraer matrimonio, las mujeres perdían su autonomía y su personalidad jurídica y financiera, en consonancia con la idea de que el gobierno de la familia correspondía al pater familias. Todo esto lo expresaba concisamente el artículo 213: “El marido debe protección a su mujer, la mujer obediencia al marido”.

Esta situación solo cambiaría merced a la industrialización (que exigía el trabajo femenino) y a la urbanización (que catalizó el cambio de las costumbres). Fue así como en 1907 la ley francesa otorgó a la mujer casada la libre disposición de sus ahorros y de su salario y la posibilidad de abrir cuentas bancarias.

En síntesis, libros como este indican la multiplicidad de maneras en que pueden estudiarse las cuestiones de género, desde las exposiciones de pintura y los catálogos de librería hasta los ámbitos más masculinos como el ejército, pasando por la ley y las ciencias, que sirven a menudo para apuntalar prejuicios y validar creencias compartidas.

© 2025 Creado por AÚN. HISTORIA URGENTE con Wix.com

bottom of page