LA VIRILIDAD, SEGÚN
GEORGES VIGARELLO
Georges Vigarello consagró más de 30 años de su vida a investigar la representación y las prácticas del cuerpo. Los trabajos de este historiador del cuerpo, especializado en la estética, la higiene y la salud, persiguen un objetivo bien particular: mostrar cómo esas prácticas y representaciones revelan, en sus derroteros históricos, los cambios fundamentales de la cultura o de la sociedad. En una veintena de libros, ha explicado la historia de las actitudes del cuerpo, de las normas que rigen lo que atrae y lo que produce rechazo (Lo limpio y lo sucio, 1985), el bienestar y el malestar (Lo sano y lo malsano, 1993). También se ocupó de la violencia (Historia de la violación, 1998) y de la excitación y el esfuerzo en una práctica deportiva (Pasión por el deporte: historia de una cultura, 2000).

Hércules lucha con la hidra de Lerna,
por Francisco de Zurbarán, 1634
¿Qué es, en resumen, la virilidad?
Para nosotros, la virilidad no se define únicamente diciendo “es el hombre”. El hombre puede no ser viril. Puede ser muchas cosas. Entonces, ¿qué es la virilidad? Antes que nada, un valor, un pensamiento que representa lo máximo de algo. En la tradición, es lo máximo de la afirmación del hombre. Si tomamos el ejemplo de la Antigua Grecia, es la afirmación de la potencia física, del coraje y en particular y naturalmente, la afirmación de la potencia sexual. Pero, antes de hacer la historia, nos preguntamos qué pasa en la sociedad occidental actual. Aquí la cuestión se vuelve interesante, porque en nuestras sociedades, ese objeto de pensamiento que es la virilidad es un tema, ya sea de crisis, de crítica, de cuestionamiento o de problemas. La virilidad, tal como la planteó la tradición, es menos aceptada hoy que antes.
¿Es decir que lo que evolucionó fue la representación de la simetría entre sexos?
Exactamente. En la sociedad tradicional, la virilidad no se planteaba la cuestión de la presencia femenina, de aquello que era del orden de la simetría entre el hombre y la mujer. Eso era pensado como una cosa natural. Mientras que, en nuestras sociedades, esa cuestión es evidentemente conflictiva. La mujer se ha vuelto el igual del hombre, de modo que no se puede hablar más de asimetría. Lo que antes parecía normal ha dejado de serlo. Quisimos saber qué pasó y cómo esos atributos viriles se transformaron.
¿Y qué descubrieron?
Descubrimos que esos atributos que siempre creímos inamovibles han cambiado a lo largo de la historia. Por ejemplo, la afirmación máxima del hombre griego, que consistía en demostrar su dominación sexual sobre un adolescente, se volvió totalmente inaceptable, condenable y aberrante con el cristianismo a partir de la Edad Media. El segundo descubrimiento fue que, al mismo tiempo, el concepto pasó por crisis y que las crisis mismas cambiaron con el tiempo.
¿La primera ruptura se produjo en la Edad Media?
Creo que ya entre los griegos había una cierta percepción de la crisis. En el mundo griego había diferencias regionales entre atenienses y espartanos. Estos últimos tendían a pensar que los atenienses no eran viriles porque eran amantes del discurso y trataban de elaborar políticas a través de la concertación. Entre el siglo VII a.C. y el III a.C., la afirmación de la fuerza se fue perdiendo. Pero la gran crisis se produjo durante el Renacimiento, cuando la irrupción de la modernidad estuvo acompañada por algo que pertenece al orden de la delicadeza, de la fineza. En los juegos físicos, en lugar de la fuerza comenzó a predominar la destreza. Los torneos medievales eran juegos de enfrentamiento, donde la lanza se usaba para agredir el caballero adverso. Esa actitud comenzó a ser rechazada porque empezó a ser juzgada como violenta. El adversario pasó a ser sustituido por un dispositivo material. Por ejemplo, hacer pasar una lanza por un anillo o derribar una cabeza de muñeco fijada sobre un poste. Esa evolución también dio origen a críticas. Mientras que unos estaban de acuerdo, había quienes decían: “Esto ha dejado de ser un torneo para convertirse en una danza, que no es para nada viril”.
¿Se podría decir que hubo un paralelo entre esa evolución y la de las ideas?
No estoy seguro de que se haya tratado de un cambio de ideas. Tal vez haya sido un cambio de costumbres, de civilidad, de comportamientos; un cambio en la percepción de las cosas y del mundo. En el Renacimiento hubo un cambio de actitud hacia una mayor fineza para poder hacer funcionar lo social, para hacer más fluido el enfrentamiento entre los nobles. Esa evolución llevó a poner un mayor énfasis en la convivencia, en el placer de estar en sociedad: la danza, el cambio de la ropa, la modificación del torneo. Y, si quisiera ir más allá, también podría decir que se debió a cambios políticos, no sólo culturales y sociales.
Pero aun a pesar de esa evolución, la sociedad siguió sin tener en cuenta a la mujer.
Así es. Durante el Renacimiento su estatus no había cambiado. Tampoco había cambiado la autoridad del padre sobre el hijo, que seguía siendo tan absoluta como antes. El cambio ocurrió en el siglo XVIII. En Europa, por lo menos. Con el Siglo de las Luces se produjo por primera vez el cuestionamiento de la autoridad.
¿Donde usted dice “autoridad” se puede interpretar “poder”?
Exactamente. La Revolución Francesa fue el cuestionamiento del poder. Lo demuestra la famosa frase de Diderot: “Des pères, des pères, je ne vois que des tyrans!” (“¡Padres, padres! Yo sólo veo tiranos”). No obstante, tampoco esa crisis transformó el estatus de la mujer. Más allá de la afirmación de algunos pensadores, la realidad es que la mujer seguía sometida a la autoridad del hombre. El verdadero cambio en la relación de autoridad hombre-mujer sólo comenzó a producirse a fines del siglo XIX.
¿Fue entonces cuando comenzó a distenderse la relación estrechísima que existía entre virilidad y masculinidad?
Yo diría que ese cambio se produjo realmente en el siglo XX. Pero es cierto que el hombre comenzó a enfrentarse con la afirmación de la mujer en el siglo XIX, cuando aparecieron fenómenos que fueron detestados y denunciados, como el caso de George Sand. A fines del siglo, hubo experiencias colectivas de impugnación del poder del hombre, grupos feministas que surgieron en Estados Unidos y en Europa. Esa evolución provocó una suerte de neurastenia masculina, que se acrecentaría durante el siglo XX. A partir de la Primera Guerra Mundial, una cantidad de acontecimientos lograron realmente desmontar la posición dominante del hombre y hacerlo dudar.
¿Así llegaron a la conclusión de que la crisis de la virilidad es, en la actualidad, un elemento central del concepto?
En efecto. En el corazón de la virilidad, hay algo que pertenece al orden de la deconstrucción, del cuestionamiento. En consecuencia, es un error decir que la virilidad vive su primera crisis, siempre hubo crisis en esa representación. Pero es justo decir que ahora esa crisis es central y que incluso el mismo término “virilidad” es cuestionable.
¿La virilidad tradicional sigue agazapada en algunos sectores de la sociedad, como la política?
Si bien la virilidad está cuestionada en su núcleo, al mismo tiempo está protegida por cantidad de sitios que se erigen en bastiones de su conservación. El terreno político es uno de ellos. Es evidente que no todos los hombres políticos piensan así, pero el mundo político tiende a conservar el concepto tradicional de virilidad. Lo mismo sucede en el mundo económico y empresario, donde cantidad de responsables consideran que sus secretarias son sólo presas. Pero creo que éstas son zonas que juegan el papel del inmovilismo cultural y no son representativas de la sensibilidad contemporánea.
Sería un auténtico error pensar que, después del trabajo que representó la codirección de esta suma monumental consagrada a la historia de la virilidad, Vigarello haya decidido darse un tiempo de reposo. Por el contrario, no contento con dirigir tesis doctorales en la EHESS y presidir el Centro Edgar Morin en París, está concluyendo una reflexión sobre la historia de la silueta; una publicación globalizadora de todo su trabajo: “Una especie de hilo conductor de todo lo hecho”, precisa. Por último, también trabaja en un estudio sobre la historia de “los sentidos internos, de todo lo que es percibido en el interior del cuerpo”. ¿El lector se siente perplejo? Esta periodista también. Sepa en todo caso que nuestro entrevistado es absolutamente consciente de que se trata de un trabajo ciclópeo e interdisciplinario y que, a falta de más detalles de su parte, habrá que resignarse a esperar con impaciencia la publicación.
[“‘Lo viril es menos aceptado’”, La Nación, abril 6 de 2012, Buenos Aires]

Sansón y Dalila, por Artemisia Gentileschi,
pintura del año 1630 aproximadamente