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DOMINGO VALENCIA, AERONAUTA,
ACRÓBATA Y FILÁNTROPO

Por Isidro Vanegas

Elevarse en globo a comienzos del siglo veinte tenía sus riesgos, algunos de ellos inusitados. En 1908 en la capital ecuatoriana, Domingo Valencia estuvo a punto de ser linchado por quienes le habían dado alguna moneda para verlo alzarse en su enorme globo propulsado con humo, que el colombiano se había visto precisado a dejar en tierra debido a un viento muy fuerte. “Con la leña que yo tenía en la hoguera me dieron garrotazos —recordaría Valencia—, hasta que un Capitán del Ejército, arriesgando la vida, me cogió y me llevó al cuartel para salvarme. La turba me seguía, gritando: ‘o vuela en el globo o le hacemos volar a palos’!”. Al día siguiente debió realizar el ascenso, en medio del viento y la lluvia, en presencia de su público de indígenas, con sus amenazantes garrotes.

Dos vistas de la ascensión realizada por Domingo Valencia en el Parque Cousiño, en Santiago de Chile, a comienzos del año 1910. El espectáculo era a beneficio del asilo de mendigos

Valencia fue el más famoso cabalgador de globos colombiano de inicios de siglo, pero en el país varios temerarios lo habían antecedido y otros siguieron poniendo en escena el espectáculo después de él. En 1843, el argentino José María Flórez había realizado la primera ascensión en globo en Colombia. En 1875 el mexicano Antonio Guerrero presentó por primera vez un espectáculo semejante en varios departamentos y luego hizo nuevas giras con el mismo objeto. Hubo más, pero entre todos, Valencia fue el más celebrado.

El aeronauta había nacido en 1877 en Pácora, municipio antioqueño, en una familia acomodada, pero de su niñez y adolescencia por ahora no se sabe casi nada, excepto que en algún momento escuchó y memorizó una versión del romance español Delgadina, que había aprendió en su infancia y le recitó al filólogo chileno Julio Vicuña. Espíritu inquieto, sin duda, comenzó a elevarse por los aires en Pácora y los pueblos aledaños hasta que se sintió capaz de asombrar a los habitantes de Bogotá, donde llegó por primera vez finalizando el año de 1903, precedido de una bien cimentada fama. En la capital y en muy diversas poblaciones colombianas, como lo exigía la errancia de su actividad, Valencia realizó 359 ascensiones, antes de buscar otros países para sus demostraciones. A fines de 1908 hizo su primera parada en Ecuador y luego pasó a Uruguay, Argentina y Chile, donde permaneció siete años y llegó a alcanzar cierta notoriedad. En el exterior realizó 287 vuelos antes de retornar, en 1916, para buscar que el Estado le patrocinara la instrucción en el manejo de aviones, lo que logró, siendo enviado al año siguiente a la Escuela de Aviación del Estado mexicano.

Los globos de Valencia y sus colegas locales de la época distaban mucho de los sofisticados aparatos que se veían en Europa y Estados Unidos. El del pacorense, “un enorme globo de lona sucia, parecía llenar media plaza cuando lo cargaba de humo en Las Cruces, ante las miradas de tres o cuatro mil espectadores” bogotanos, como recordaría Germán Arciniegas. El ingenio volador constaba de 48 piezas de género blanco, una medida tal vez intraducible dada su variabilidad, y era inflado con petróleo y humo de pajas o leña verde, mediante una hornilla que era instalada en la base de un andamio destinado a sostener la lona, que estaba circundada con una urdimbre de cables. El diseño era básicamente el mismo que en 1876 había utilizado en Bucaramanga Antonio Guerrero, de quien tal vez tomó Valencia el modelo. Para inflar el globo, escribe el cronista bumangués, Guerrero había dispuesto “una especie de hornilla, donde se iba arrojando el combustible, y en la parte superior de la chimenea colocaba la boca del globo, para que recibiera todo el humo; del globo pendían dos fuertes cuerdas y en el extremo de ellas iba un trapecio, que era el punto ocupado por el que emprendía el viaje aéreo”.

El público observa uno de los espectáculos ofrecidos por Valencia en Chile, en los primeros meses de 1910

La ascensión en globo era un espectáculo, que como tal, era representada en las principales ciudades pero también en algunas medianas, como Salamina, Facatativá o Zipaquirá, algunos de los lugares donde Guerrero actuó entre 1909 y 1911. Tales funciones, que atraían gentes de toda condición social, no consistían solo en elevarse y descender en una máquina más que precaria que al capricho de los vientos podía depararle una caída mortal al piloto, o aterrizajes menos definitivos, sobre árboles, techos de casas e incluso el mar, casos que podían conllevar fracturas o descalabraduras. La función normalmente también incluía la realización de piruetas por parte del aeronauta, colgado de un trapecio. En ocasiones, Valencia añadió el lanzamiento en paracaídas del asociado que se había encaramado con él. El público seguía a los ejecutantes con la mirada atenta y el corazón trémulo. “A medida que el globo ascendía —cuenta el narrador de la ascensión en Bucaramanga—, el aereonauta [sic] se dejaba ver haciendo distintos equilibrios sobre la varilla que le servía de punto de apoyo, y la multitud lanzaba agudos gritos de admiración y de horror. A poco rato, el globo principiaba a descender y el aereonauta se arrojaba por una cuerda que pendía del trapecio, llegando a tierra ileso”. Emociones semejantes conectaban a Valencia con sus espectadores, como lo recordó Germán Arciniegas: “ejercía tal dominio sobre su público, que las cautivas miradas le eran fieles hasta el último instante. Colgado del trapecio, unas veces de las corvas, otras de los empeines, se mecía en los aires como un guiñapo, jugando sobre el vacío la tragedia de su vida miserable”. Añade: “Cada vuelta de nuestro acróbata era seguida con una atención casi religiosa. Y cuando el globo ascendía y daba en el aire sus primeras cabezadas a los vientos, cada mirada de las cuatro mil miradas de los cuatro mil espectadores, era una cautiva silenciosa de la atrevida hazaña”.

Aeronautas como Guerrero y Valencia vivían del recaudo de su espectáculo, monedas que recogían en el sombrero mientras su globo era inflado. En otras oportunidades el aeronauta obtenía ingresos poniendo su acto al servicio de la publicidad de algún producto, y al efecto tiraba hojas impresas una vez elevado en su aparato. En ocasiones, sin embargo,  se ponían en escena por una causa benéfica, como la construcción de un templo en Bogotá o la recuperación de las máquinas de coser de unas mujeres humildes en Chile que se habían visto precisadas a empeñar sus artefactos.

El poeta Rafael Pombo había homenajeado en 1904 a Domingo Valencia llamándolo el héroe de los pobres, el héroe incruento, astro y pájaro que disputaba al sol mismo el trono del espacio. También había vaticinado la forma de su muerte, lo cual en realidad era fácil dada la peligrosidad de su profesión. “¡Héroe incruento! ¡Cuántos, desde Aquiles, / Dan a contar por cientos y por miles / Las víctimas que cuesta su heroísmo! / Tú, si otro azar no troncha tus abriles, / Sólo harás una víctima: tú mismo”. Así sucedió. El aeronauta murió en algún momento indeterminado de la década de 1920, de acuerdo a una nota periodística que escribió Germán Arciniegas, en 1929. Cayó al mar durante uno de sus espectáculos, un accidente que ya había tenido en Valparaíso, según él mismo contó. “La multitud se aglomeró en la playa, al verme descender sobre las aguas. La ansiedad era indecible (hablo de la multitud, pues la mía era ya más que pánico). Caí a mil ochocientos metros de la orilla y estuve diez y siete minutos nadando, prendido al globo que flotaba. Al fin, y cuando ya este aeronauta se iba a hundir en vez de elevarse; cuando ya mi alma iba a hacer su última ascensión, llegó un buque y me recogió”.

Fuentes documentales:​ José Joaquín García, Crónicas de Bucaramanga, Imprenta de Medardo Rivas, Bogotá, 1896, p. 177; “En tropel”, La Barra, febrero 25 de 1904, Bogotá, p. 2; “Nueva ascensión”, El Porvenir, marzo 1 de 1904, Bogotá, p. 2; Rafael Pombo, “Domingo Valencia: aeronauta de la caridad”, Imprenta de La Crónica, Bogotá, 1904; “Ascensión”, El Deber, abril 24 de 1909, Bogotá, p. 4; “D. Antonio Guerrero”, La Organización, octubre 28 de 1910, Medellín, p. 3; sin título, El Granuja, nº 50, mayo 5 de 1911, Salamina, p. 2; “El aeronauta Domingo Valencia”, Tohtli, nº 10, octubre de 1917, México, pp. 274-275; Germán Arciniegas, “Domingo Valencia”, Universidad, enero 5 de 1929, Bogotá, p. 581; Germán Arciniegas, “Mi pequeña historia de la aviación”, El Tiempo, junio 20 de 1958, p. 5; Julio Vicuña, Romances populares y vulgares, Imprenta Barcelona, Santiago de Chile, 1912, p. 44; Norberto Traub, “Los primeros vuelos de globo en Chile y su escaso desarrollo posterior”, Journal of Technological Possibilism, hors-série, noviembre de 2017, pp. 6-8

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